CAMPANA HUAICO
Cuentan que a fines de la década del 80, iba un negrito con una campana en la mano y su burrito cargado de plata por un estrecho camino, cuando pasaba por una peña desagradable, una gran laguna lo tragó, la que luego de un tiempo se secó pudiéndose observar sobre la roca una llamativa y curiosa entrada en la cual había quedado dibujado el rostro del negrito en uno de los lados, en el centro se observaba colgada la campana a la que se escuchaba sonar a las 12 del día y las 12 de la noche convirtiéndose en un peligroso lugar que los mayores; decían que está encantado por eso nadie se atrevía a pasar por ahí.
Alrededor de tan misterios lugar habían pastos hermosos, los mejores de San Joaquín, a mediados del siglo anterior existieron dos valientes hombres, Víctor Villacís y Simón Sánchez, su amigo, pastaban su rebaño cerca de la campana, nunca vieron nada extraño hasta que un buen día, Simón al ver que no llegaba Víctor, decide irse solo, habiendo llegado en el pasto lleno de verdor, legra divisar a lo lejos a una encantadora mujer con el rostro precioso, una rubia cabellera cubría su cuerpo desnudo, se acercó para ver de qué se trataba, por un momento pensó que la asaltarían en tan temido lugar. Ella se alejaba con dirección a la campana, cuando estaba cerca de la entrada, ¡ZAzzzzz¡ desapareció.
Simón se quedó perplejo ante tal situación, estuvo todavía tratando de explicarse lo que vió, y parecía ser un sueño, cuando de pronto dieron las doce del medio día, sonaron las campanas y surgió el encanto, él se sintió atraído hacia la entrada, entró en la cueva donde encontró aromáticas flores, todas ellas de mil colores, resplandecientes, cubiertas todas por una brillante luz, se respiraba aire fresco, tranquilidad, se veía un verdadero paraíso, cielo hermoso, suave brisa, ligera llovizna de pequeños luceritos titilantes, era lo más bello que atrae a la vista.
El se encontraba en un estrecho celestial y a la vez diabólico camino, quería arrancar una de las delicadas flores, pero al tocarlas se le desvanecían entre sus toscas manos. Paso a paso el feliz hombre continuaba su camino impresionado, no parpadeaba sus ojos, no quería perderse ni un segundo de contemplar y admirar aquella incomparable belleza. Más allá se encontró con una verdadera ciudad con grandes edificios, o mejor dicho con antiguos palacios; toda la gente hacía algo cada uno con su trabajo, llevaban una curiosa vestimenta, los hombres lucían un encantador terno negro cubierto con una larga capa de terciopelo oscuro, las mujeres tenían grandes vestidos de luces adornados, en la cabeza equilibraban un gran sombrero de flores perfumadas. Más adelante encontró grandes huertos de maíz, pero ¡que maíz¡ maíz de toda clase y de la mejor calidad, había del blanco, del amarillo, del llamado cuzco, es decir una infinidad; alguien reveló a Simón que ese no sería el futuro de San Joaquín.
A medida que seguía caminando veía cosas diferentes, esta vez encontró un fosforescente letrero que decía “época de frutas, flores y abundantes verduras”, continuó su camino efectivamente encontró rosas de todo color que se iban alternando con ilusiones y claveles. A continuación se encontraban árboles frutales muy apetitosos y en seguida vió lechugas, remolachas, zanahorias, coles, coliflores, es decir todo lo que la tierra de San Joaquín pudiere producir, el se asombró cuando se dio cuenta que no araban con yuntas de toros como era lo norma, sino con tractores, pequeños pasos daba cuando alguien le tocó el hombro volteándose inmediatamente y asustado comprobó que se trataba de un amable caballero muy alto, de rizos rubios, de ojos verdes, dientes blancos, su terno negro estaba nítidamente planchado, en la corbata llevaba un hermoso adorno de una mariposa amarilla con puntitos negros, sólo sus zapatos eran ridículos y que terminaban en punta.
¿Quieres salir de aquí? Dijo el caballero.
Claro que sí; contestó Simón temeroso.
Yo conozco la salida, pero deberás hacer lo que te ordene ¿de acuerdo?
Encantado lo haré se…se..señor.
¡Pues bien, así está mejor! Al salir de aquí, no cuentes a nadie nada de lo que has visto ni oído, eres el único humano que ha visto mi secreto, tú me agradas por eso te dejo salir, otros que han entrado hace siglos no tienen escapatoria, en señal de amistad te regalo esta maíz, no lo comas, lo sembrarás, te darán frutos abundantes y riquezas sin igual ¡hay de ti si cuentas algo! Tendrás un duro castigo en tu pueblo, nunca nadie vivirá del maíz como lo hacen ahora. Sembrarás flores y no tendrán venta, sembrarás verduras y las plagas se comerán, particularmente para ti habrá un especial castigo, decía el caballero mientras se dirigían a la salida.
Habiendo llegado fuera Simón iba a agradecer al bondadoso señor, pero se dio cuenta que estaba en una montaña que no conocía, empezó a buscar el camino hacia su casa, encontró a una dulce viejecita que peinaba su blanco cabello, la cual le indicó que esta en Surocucho, él en ese preciso instante recordó que Víctor pastoreaba por ahí los domingos.
Hay que desdicha, se decía pero empezó a tener hambre, no sabía ni en qué día se encontraba, apenas estuve un día allí dentro, ojala ya me encontrara en mi casa, seguía pensando, recordaba que en esa ciudad nadie comía, no había noche por lo tanto no sabía que tiempo había estado en esa mágica cueva.
Mientras tanto en su bello pueblo de San Joaquín, la gente inventaba hipótesis acerca del paradero de Simón:
- Le llevó el diablo, decían unos
- Tal vez le tragó la montaña decían otros.
- Todos rezaban el rosario, daban limosnas a los pobres, hacían novenas al santo de su devoción a fin de que regrese Simón. Su familia angustiada lo buscaba sin parar, nadie se atrevía a cruzar la entrada de la campana, hasta que lo dieron por muerto y se iban olvidando de él.
Una mañana, lo vieron pasar, se asustó muchísimo la gente y gritaban ¡Es un fantasma¡ ¡nooooooooooooo¡, el demonio tomo su cuerpo y viene a llevarnos, ¡Dios mio ayudanos¡, luego de un momento vieron que no hacía nada a nadie, se calmaron, terminaron los sustos, comenzó a desencadenarse la curiosidad por saber en dónde estuvo, apenas Simón llegó a su casa, se bañó y comió, comió como si nunca lo hubiera hecho, la madre, el padre, los vecinos le preguntaban en donde pasó cuatro meses y él no contestaba palabra, sembró lo que trajo, se secó el rostro sudoroso cuando acabó de sembrar.
Por varios días mantuvo el secreto, por tanta insistencia que le atormentaba contó todo y con el mínimo detalle, la hermana menor confió a sus amigos, ellos a sus familiares, hasta que la comunidad entera supo del tenebroso suceso, inmediatamente Simón sintió algo extraño en su pierna, se paró, casi no podía caminar, estaba cojo, fue hasta el sembrío del maíz, se convirtieron en mariposas amarillas con puntos negros, tan semejantes a la de la corbata del amable caballero de la cueva.
Esa misma noche se acercó a la cueva para pedir perdón y sanarse de su pierna, tilín… talán…, tilín…, sonaron las campanas, pues eran las doce de la noche, él retrocedió, parecía que en el interior de la peña sucedía un terremoto, se escuchaban aullidos de lamento, salió de la cueva un gigante de más de 50 metros de altura, con una capa de terciopelo negro, tenía colmillos salientes de más de un metro, sus ojos brillaban como fuego, con sus peludas manos cogió la campana, mientras volaba con dirección a Surocucho, la hacía sonar, mientras se volvió invisible y era como si la campana volara sola en medio del firmamento.
Se fue la campana, desapareció el encanto, mientras el pobre Simón agonizaba con una rara enfermedad.
En donde fueron los llanos, es ahora un bosque peligroso, cada cierto tiempo aparece la huaca (esposa del demonio), peinándose con una peinilla de oro y mirando su rostro en las aguas del río Yanuncay que antes era laguna.